El activismo y la resistencia digital han demostrado ser herramientas poderosas para movilizar a las comunidades y abogar por un cambio político de base. Un ejemplo reciente de esto es el derrocamiento del ex gobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló, en 2019. En este caso, el activismo digital sirvió como una herramienta para difundir el mensaje de indignación y resistencia del pueblo puertorriqueño a un gobierno corrupto a una audiencia global. El movimiento acumuló innumerables vistas e involucró a artistas populares, lo que resultó en un cierre total de San Juan con más de 500,000 manifestantes (Robles y Rosa). Un ejemplo de esto es el uso de hashtags como una forma de comunicar y mostrar solidaridad entre plataformas, lugares y personas. El pueblo puertorriqueño no solo logró difundir su mensaje sino que logró la renuncia de Roselló. La combinación de la organización presencial y la creación de espacios únicos de memoria y resistencia dan paso a acciones duraderas. Acciones en línea como estas, cobran gran importancia en países donde los espacios públicos están regulados o bajo control militar. El activismo digital también se puede utilizar para resistir a las instituciones transnacionales globales.
Cuando pensamos en los archivos como activismo y resistencia digital, nos involucramos en el cambio político y la resistencia, así como en la resistencia y el reconocimiento cultural. Registrar y digitalizar historias que han sido desatendidas o mal interpretadas, es resistir a los sistemas de poder que dictan la historia. Los archivos digitales se convierten en una herramienta para reescribir historias y crear una “oportunidad transformadora para inyectar nuevas narrativas o cambiar las narrativas y la forma en que hablamos de las cosas” (Powell).